Èÿù, la otra cara de Olódùmarè tomo I



La génesis de Èÿù.

Echu1 es para los Yorùbás como para los afrocubanos una de las más grandes deidades del panteón Yorùbá. Pese a ello, no está muy claro que Èÿù sea una de las divinidades creadas por Olódùmarè, puesto que no siempre actúa como tal. Y, al contrario que las de más, no siempre ayuda a los seres humanos.

En principio, podría parecer que la labor de Èÿù consiste en apoyar, u oponerse, a algún poder, o hacer las cosas según su libre albedrío. No obstante, castiga siempre a los ofensores, sobre todo a aquéllos que incumplen los sacrificios prescritos. A Èÿù le otorgan el papel de policía imparcial, que castiga a aquéllos que han perturbado el orden del Universo.

Después de Olòrún, la Deidad Suprema, Èÿù (Eshu) es la única divinidad a la que se le ha otorgado un general reconocimiento en todo el país Yorùbá. Entre la concepción de Olòrún y la de Èÿù, sin embargo, hay una gran diferencia. Olòrún se concibe como un espíritu puro, un elevado personaje demasiado lejano para ser adorado. No existe representación de él en ningún aspecto o forma. Por otro lado, Èÿù pertenece al sistema animístico. Es un Òrìsà que ocupa el lugar más importante entre todos los Òrìsà.

Representado por diferentes clases de imágenes, recibe adoración en forma de ofrecimientos y oraciones, y debe ser el primero en ser propiciado antes que cualquier otro Òrìsà.

Su adoración nace principalmente del miedo. Como supremo demonio, el miedo que nace del aborrecimiento de su malevolencia conduce a ofrecimientos propiciatorios que le son ofrecidos constantemente. Se le describe generalmente como Buruku, ‘malvado hasta la muerte’, pues está siempre preparado a cometer diabluras.

Como consecuencia de esta maldad, su altar se construye fuera de la ciudad o de las casas. De ahí que se diga, Èÿù ko mi íwà; a ko ilé re si ita, « Èÿù no tiene carácter; su casa se confecciona para él en la calle». Dice la tradición que él sale con un nudoso garrote, conocido como Agongo ogo, con el que ataca a sus enemigos o a los que le deshonran.

En algunas partes de Nigeria, se le adora muy activamente. Esta adoración que le profesan sus devotos no parece surgir enteramente del miedo. Más bien está inspirada por sentimientos de admiración hacia su gran fuerza, y por ello le son ofrecidas oraciones y regalos, no sólo para evitar su maldad, sino también para asegurar su favor, especialmente contra los enemigos.

Según narra un ese Ifá de Baba-Ejioge (Suoza Hernández, 1998), al principio solo existía Orima, o Aima, el oscuro reino de Èÿù. Sobre éste había un pequeña bóveda transparente que contenía un núcleo de luz, aire, agua y espacio, que era el reino de Olódùmarè. Un día, decidió expandirse y ordenó a la luz que brotara diciendo: o no yoo, de modo que iluminó el oscuro mundo de Orima. Èÿù, contrariado, alzo la cabeza y preguntó: «¿Quién eres tú? ». A lo que Olódùmarè respondió:
Yo soy Olódùmarè, y he observado que la oscuridad que nos rodea no proporciona una base para sustentar la plenitud de la existencia. Por esta razón crearé la luz, para que la vida pueda florecer y expandirse.

Èÿù respondió:
Yo soy el dueño del inmenso oscuro espacio, salvo una pequeña mota de luz que a usted le pertenece. Acepto que la oscuridad no proporciona el desarrollo orgánico de la vida2, pero siempre moraré bajo la luz brillante.

Con este acuerdo, Olódùmarè continuó con su labor creadora, e hizo aparecer las plantas, los animales y las divinidades. Fue entonces cuando Èÿù proclamó que:
Cualquier tipo de vegetación que florezca bajo el manto de luz se convertirá en mi terreno de labor, y cualquier ser que se cree en la inmensidad del espacio se convertirá en mi sirviente...

Esta declaración ha regido la vida de los hombres desde el principio de los tiempos, y ésta falta de comprensión hace que el ser humano hierre continuamente sus pasos cuando se enfrenta al mal. Olódùmarè no creó el mal pero no puede impedir que Èÿù desarrolle su estrategia.

Sólo el reconocimiento de su existencia impedirá que persista el eterno enfrentamiento entre el bien y el mal. Es lo que se ha dado en llamar el antagonismo entre Èÿù y Olódùmarè. Para la creencia Yorùbá, se evidencia que Èÿù no es un producto de la creación de Olódùmarè.

Ogbe-Odi confirma que Olódùmarè ni creó a Èÿù ni creó el mal. Fue Òrìsànla, la deidad agrícola, la que descubrió que Èÿù se había infiltrado en las mentes de las primeras doscientas divinidades, con el fin de manipularlas y que cumpliesen sus deseos. En vez de comportarse como ejemplos de virtud, se volvieron antagónicas y destructivas. Así fue como Èÿù demostró que, aunque no era capaz de crear, si podía alterar lo creado por Olódùmarè. De hecho, Òrìsànla es la única deidad a la que Èÿù no puede influenciar, aunque no por ello deja de intentarlo. Òrìsànla pudo neutralizar los ataques gracias a un sacrificio que hizo:

El pavo es la única criatura que desarrolla barbas desde su infancia, fue el nombre del adivino que lanzó Ifá para Òrìsànla, antes de que obtuviese la supremacía sobre las doscientas divinidades. Le dijeron que hiciese sacrificio con un chivo, doscientos un cocos, un carnero que haya sido padre, un pedazo de tela blanca.

Olódùmarè amonestó a todas las Deidades porque no estaban cumpliendo con los mandamientos que él les había dado cuando los creó. Que al ser víctimas de las maquinaciones de Èÿù, le habían ayudado a que triunfara el mal sobre el bien, dando la impresión de que las había creado para ejercer el mal y, por ende, seguidoras de Èÿù. Como consecuencia de ello, la eficacia de sus autoridades se vería muy menguada, en tanto siguiesen con esa actitud. Por el contrario, cada acto de bondad aumentaría sus poderes.

Ògún, la primera y más poderosa de las deidades, le preguntó a Olódùmarè la razón por la que había permitido que Èÿù las dominara y por qué razón le había dado a Èÿù el
poder para poder hacerlo. Además de echarle en cara que ya que era la autoridad suprema, simplemente no lo eliminaba del Universo, y con ello el mal.

Olódùmarè le dijo que él no había creado a Èÿù. Estupefactos ante esta revelación, Obalifón se atrevió a preguntar que quién había sido, entonces, su creador. Òrúnmìlá salió en defensa del Creador y dijo que estaba seguro de que había creado a Èÿù para ponerles a prueba la firmeza de sus convicciones.

Olódùmarè les hizo notar que Èÿù jamás asistía a las asambleas que realizaba el Consejo Divino diariamente. Y declaró que, así como el pavo desarrolla sus barbas desde la infancia, Èÿù existía de forma independiente y con su propio poder. Que los dos ya existían en Aima (u Orima) mucho antes de que comenzase su obra creativa. También les dijo que había creado a Òrìsànla, tras haber aceptado el desafío de Èÿù, como un reflejo de sí mismo, dotado de su firmeza y determinación. De esta manera, estuvieron de común acuerdo en proclamar a Òrìsànla como presidente del Consejo Divino, siempre y cuando Olódùmarè no pudiese asistir.

Èÿù representa la infinita oscuridad del Universo y es por esto por lo que siempre se le asocia con lo intangible. Sabemos que existe pero no lo podemos ver en la oscuridad. Su incapacidad para crear es la causa de que lo relacionemos con las fuerzas negativas. Y, aunque Olódùmarè no pueda eliminar esta energía negativa, puesto que es su antagónico, apela a la inteligencia de sus criaturas para que no sucumban ante él.

La influencia negativa de Èÿù afecta a todos por igual, incluso a las propias divinidades. Cuando Olódùmarè decidió enviar a las primeras doscientas deidades para poblar la tierra, ya Èÿù las había manipulado antes de que llegasen, y decidió ser, él mismo, la divinidad doscientas uno y bajar también a la tierra como una más. Per con notables diferencias respecto a las demás porque ni había sido creado por Olódùmarè, no actúa como el resto de ellas y no vino con ningún instrumento divino otorgado por el Creador.
A pesar de todo esto, su procedencia se aborda en los mitos de modo similar al resto de las divinidades como si fuese una más de ellas.

Tal como afirma Abosede (1978), Èÿù fue adorado durante el Neolítico por los
Yorùbá como la deidad protectora de los pueblos y de las casas. Por esta razón, la
imagen Èÿù estaba generalmente ubicada en la entrada del poblado, delante de las casas o en cualquier cruce de caminos.

La protuberancia curva que apunta hacia atrás desde el occipucio, llamada Ògo-Èÿù, simboliza, para los Yorùbá, la capacidad que posee de ver detrás de sí mismo, con la misma agudeza visual que de frente. A Èÿù le fue otorgada la capacidad de la visión anticipada y retrospectiva, de modo que su imagen asegura la protección, de forma que previene el peligro que dimane de cualquier dirección, y lo desvía hacia otro lugar.

El collar de cowries, que pende de su cuello, simboliza la distribución que hace de las
riquezas. El contenedor que sujeta en la mano izquierda es el Àse, con el que realiza sus
poderosos actos mágicos. Las marcas faciales son las características de Kètu, ciudad
mítica que tiene la reputación de haber sido fundada en la antigüedad por el propio Èÿù. A
sus devotos se les otorga el sobrenombre de Èÿùgbamí (Èÿù me protege), Èÿùlaná (Èÿù
abre los caminos para la prosperidad o la progenie). También es conocido como
Elégbará4 (El más fuerte de los poderosos).

A Èÿù también se le adoraba en forma de una roca de laterita5 o cualquier otra piedra
hendida en la tierra –posible prueba de su origen neolítico–, y era propiciado con
unciones diarias de aceite de palma. La representación de Èÿù posee diferentes formas:
Una de las más comunes es por medio de una losa de piedra o un trozo de tosco laterita
clavado en tierra oblicuamente. A la ceremonia de clavar una piedra de esta forma se
conoce como Gigun Èÿù (clavando la piedra de Èÿù en tierra). Así, se encuentra de
forma habitual próxima a la entrada de cada ciudad y enfrente de la puerta de muchas
casas. La piedra, a menudo, está cubierta con un techado confeccionado con hojas ikin y
sostenida por cuatro palos cortos o columnas de barro.

Otra de las formas de representación es la de un recipiente de barro con un agujero en
el medio, hundido en tierra. Sin embargo, la forma más común es la de una columna de
barro, sólida o hueca. A veces se erige sin ninguna señal sobre ella, otras, en cambio, está
adornada con tres orificios redondeados. En Benin, y en otros lugares, tres conchas
reemplazan a los agujeros.

Las imágenes domésticas de Èÿù están confeccionadas de barro o madera, y se ubican
sobre un orupo, o lecho de arcilla. Por lo general, a la deidad se la representa con forma
humana, desnudo, sentado sobre sus pies con las rodillas flexionadas y los brazos
cruzados, o sentado con las manos descansando sobre sus rodillas.
Farrow (1926) las describe así:

La primera figura muestra al demonio en postura arrodillada, sosteniendo con sus manos pechos de tipo femenino. La idea expresada es la de que esta deidad da alimento. Hay que hacer notar que las figuras del demonio son siempre peinadas según la forma femenina.

La segunda imagen es una muy pequeña, de sólo tres pulgadas de alta; pero tiene un especial interés por las marcas grabadas sobre ella. Esta imagen, debajo del pecho no es de forma humana, pero se une dentro de una columna cuadrada. En su parte posterior y en dos lados está grabada una tabla exactamente similar a una tabla escrita mahometana (wala).

El número de líneas que aparecen grabadas en el frente y en la parte posterior de las imágenes son generalmente diecisiete, que son las dieciséis (más una) nueces de palma usadas en la adivinación Ifá. Entre Èÿù e Ifá, existe una íntima relación. Los números cinco y siete grabados a los lados de las imágenes son importantes ya que son impares.

El número siete significa ‘perfección’ en la maldad, y el número cinco, que es el número de días que forman un ciclo completo de una semana Yorùbá, contiene una referencia a la idea de que la malevolencia de Èÿù es operativa cada día de la semana.

El concepto de protector de la comunidad y de la familia, aún hoy, perdura entre sus creyentes. Sin embargo el concepto filosófico de Èÿù como un principio de casualidad o probabilidad tuvo su origen durante la época de Oduduwa (Abosede, 1978), y es una parte importante de las enseñanzas de Ifá. El hogar de Èÿù es un cruce de caminos, como bien nos señala el Odù de Ika-Meji:
Ìgbórí nilé Èegún, Ìrànjé nilé Òòÿá, Itá gbambga nilé Èlègbárá.

Los antepasados fueron los primeros en ser reverenciados en la ciudad de Ìgbórí, Òòÿá (Orisa-Nla) fue el primer venerado en la ciudad de Ìrànjé; Èlègbárá tiene su santuario en cualquier lugar donde haya tres o más caminos que se crucen.

Un cruce de carreteras represente una elecciónn, la indecisión. Es la resultante de una elección. Por extensión, Èÿù es un punto neutral entre el bien y el mal.

Con el tiempo, los teólogos Yorùbá trataron de construir un puente entre el Bien y el Mal. Así, Èÿù, se postula como un principio neutral, que no es esencialmente ni lo uno ni lo otro, pero que interactua en cualquiera de los dos.

Sería de esperar que el carácter de esta deidad fuera bien comprendido y no debiera presentar dificultades en su descripción. Sin embargo, no es así. Veamos ciertas dificultades que plantea su carácter.

El nombre que genéricamente se le suele dar es Òrisá. Son obstante, significado de este término ha desconcertado a algunos historiadores, que lo describen como un «término de derivaciones inciertas». Johnson (1921) explicita lo siguiente al respecto:

Estas deidades son generalmente conocidas entre nosotros como ‘Òrìsà’, un término que, después de la tradición religiosa del país, fue originalmente aplicado a algunos seres a los que Ifá, u Orunmila, el hijo de Dios, había enviado fuera con otros para buscar y recoger juntos la sabiduría que Él había esparcido por aquí y por allá, y que tuvieron éxito en su investigación y reunión mientras que otros fallaron, y que estaban entonces hablando de cómo ‘Awon ti o ri sa’, 'aquellos que tuvieron éxito en hacer su colección’, y como consecuencia de ello, se convirtieron en objetos de adoración.
Pero otros han descrito el término ‘Òrìsà’ como derivado de las circunstancias de una gran diferencia, o una especial circunstancia, entre dos amigos.

Se basan en que, ‘Isha’, algo que uno ha hecho un regalo al otro, pero que el donador exigió su devolución después, por envidia, y que después de la devolución, fue considerado sagrado, y se convirtió en objeto de adoración; y ellos dicen que desde esto, todo objeto de adoración ha sido llamado ‘Òrìsà’ (Ori-isha), una alusión al objeto sobre el que había habido una gran diferencia.
Dennett (1910), por el contrario conjetura que significa «el difunto beatificado». Epega (1931) cree que el término contiene una referencia a la práctica de enterrar una olla para marcar el altar de la deidad.

Esu, Elegbera, Elegbara, Elegba o Legba, también el nombre presenta serias dificultades. Algunos han concretado que significa ‘el que agarra’, ‘el que golpea con una estaca’, ‘el que lleva el cadáver’ o ‘el que salva’. El mismo significado de la palabra Èÿù, nombre popular de la deidad, ha sido también de difícil explicación. Se especula que deriva de shù, ‘emitir, desperdicio, evacuar’, o de shú, ‘ser (o volverse) negro’, de ahí el aventurar que significa ‘oscuridad’ o el ‘negro’, el ‘Ángel de las tinieblas’.

continua tomo II

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