Èÿù, la otra cara de Olódùmarè tomo IV
Èÿù Agba, también conocido por Èÿù Yangi17, que recibe este nombre porque esta roca se desmenuza en numerosos fragmentos que caen como lluvia de piedras rojas, nos da pié a otra leyenda en la que se cuenta que, al principio de la creación, sólo existía aire y agua (Òrìsànla y Oduwa) y que, de pronto, en el barro líquido se originó una burbuja en la que Olódùmarè, el creador, insufló su aliento de vida. De ese barro solidificado se formó una piedra de laterita (yangi) a la que denominaron Èÿù.
Había nacido Èÿù agba, el mayor de los Èÿù. Õrúnmìlà, cuenta la leyenda, deseaba tener un hijo en la tierra, así que regreso a Orun. Allí se tropezó con Òrìsànla, el creador de las especies y las razas en sus faenas cotidianas con un niño a su lado. Õrúnmìlà le dijo: «Baba necesito que otorgue un niño para mí y mi esposa». Obàtálá le contestó que, en ese momento, no tenía ninguno, a lo que Õrúnmìlà le replicó: «¿Y ese que tienes ahí?, démelo». Obàtálá se negó, pero Õrúnmìlà continúo insistiendo hasta que Obàtálá le dijo que regresase a la tierra, que ya se lo enviaría. Después de doce meses de embarazo la mujer de Õrúnmìlà parió a un niño al que llamaron Èÿù. Acabado de nacer, ya tenía un hambre atroz. Le pidió a su madre que le diera peces, ratas, aves, etc., a los que devoraba ávidamente. Cuando ya no tuvo otra cosa que ingerir, se comió a su propia madre. Õrúnmìlà, al ver esto, lanzó el oráculo de Ifá que le aconsejó que hiciera sacrificio con un chivo y una espada bien afilada.
Õrúnmìlà hizo el sacrificio indicado y, cuando el niño comenzó a pedirle comida, se la fue dando hasta que quiso comérselo a él. Inmediatamente, Õrúnmìlà sacó la espada y Èÿù echó a correr. Õrúnmìlà lo siguió seccionándole doscientos pedazos con su espada a lo largo de los nueve Orun, hasta que se dio por vencido. Al virarse le dijo a Õrúnmìlà: «Hagamos un pacto, cada vez que alguien necesite algo de mí cojeras uno de mis pedazos (o yangi), lo lavarás con las yerbas adecuadas y dirás: Iba Ifá, Ibá Èÿù, y yo haré el trabajo que me hayan pedido, pues en cada uno de esos doscientos pedazos que seccionaste de mi cuerpo, estará mi espiritualidad presta a servir a quien lo necesite y sacrifique para mí. Inmediatamente Èÿù comenzó a vomitar todo lo que había comido, incluso a su propia madre.
En el Odù Osalofogbejo también se habla de cuando Èÿù, sirviente de Olodumaré, estaba molesto porque también debía servir junto a su señor a un extraño. Por este motivo, hacía invocaciones de malos espíritus al desconocido y después se limpiaba con un huevo de las Ijami para no ser descubierto. Pero un día olvidó hacerlo y Olodumaré lo sorprendió y le dijo: «Éste, al que molestas, es Abita, el representante del mal; y me siento frente a frente, en la misma mesa, porque el bien y el mal andan juntos y son correlativos, pues existe bien que conducen al mal, y mal que lleva al bien. Y tú, por desobedecerme, servirás lo mismo para lo malo que para lo bueno». Otro mito Yorùbá habla de cuando las dieciséis divinidades primigenias no lograban hacer de la tierra un lugar habitable. Así que decidieron ir a consultar a Õrúnmìlà.
Éste les dijo que faltaba la deidad número diecisiete y que sólo lo lograrían si Oshun paría un varón. Después de convencer a Oshun, estuvieron muchos días y muchas noches haciendo ceremonias propiciatorias para que naciera el esperado varón. En ese tiempo llegó Ashetuwa (El poder no los trajo) a la tierra, había nacido Èÿù Odara. Akin-oso, el único capaz de llevar las ofrendas y ser bien recibidas en Orun. A Èÿù se le suele comparar con okoto, un caracol con forma de tirabuzón cónico, que gira sobre una espiral desde un solo punto de contacto, abriéndose cada vez más hasta convertirse en una circunferencia que se expande hasta el infinito (parte superior hueca). De esta forma muestran que los Èÿù, aunque numerosos, su origen y naturaleza son uno único, explicando de esta manera el principio dinámico y la manera de auto extensión y multiplicación de los Èÿù. Sencillamente, es la energía que utiliza las polaridades para efectuar sus transformaciones. Nada sin Èÿù podría existir, es la energía que se forma entre lo positivo y lo negativo (Òrìsànla-Oduwa). La energía que regula lo contrapuesto, acciónreacción: luz-oscuridad, amor odio, frío-calor, contracción-impulso, malo-bueno, etc.
Es la que ejecuta las transiciones dinámicas de un elemento a otro, de una dimensión a la otra, es en definitiva el desarrollo. Èÿù es la deidad Yorùbá que abre y cierra los caminos. Si Òrìsànla es el polo positivo y Oduwa es el polo negativo, Èÿù es la energía que se desplaza entre estos dos, y es, por ende, el mensajero de la creación misma. Como ya hemos señalado, cada deidad, cada ser creado que tenga vida, lleva implícito su propio Èÿù, de no tenerlo, simplemente no existiría. Èÿù, Elegba, Bara, Eshu, Elegbara y muchos nombres más con los que se le invoca es el mensajero entre Olodumaré y el ser humano, es la idea que le fluye en la comunicación entre el mundo visible e invisible. Es la palabra, el ashe, el fruto del pensamiento que se traduce en lengua y que está representada por Oshetura. Por esta razón se dice que Èÿù es el primero que come. La lengua se halla en medio de dos mandíbulas, y cada una tiene dieciséis dientes, que a su vez representan el sistema cosmogónico de Ifá: Ajalorun (Cielo-Ife) y Ajalaiye (tierra-oyo). La lengua es la portadora del ase, puesto que mediante la palabra podemos construir y destruir todo. Èÿù es representado de diversas formas: modelado en barro, cemento, tallado en madera, ya sea con una, dos, tres, cuatro caras, siempre lo harán en forma de cabeza humana.
Entre sus herramientas hay una pieza llamada Ogbo Èÿù o Ilari (iluminación de la conciencia), que es la que le da la habilidad de trascender las restricciones físicas del tiempo y el espacio y, además, las cuatro dimensiones. Ile Èÿù ni ba ko, el hogar de Èÿù ni bako, es la nuca, donde se ubica el cerebelo humano. El mismo Èÿù se disfraza de Elenini, «obstáculo». Cuando Ori, que representa el cerebro, vence los obstáculos que interpone Èÿù ni bako, el cerebelo responsable de las actividades motoras del cuerpo, se podría decir que hemos alcanzado el éxito. Cuando Èÿù ni ba ko ha echado a perder lo que realmente pensaba el individuo hacer como correcto, viene entonces la frustración, es decir, que Èÿù ni ba ko o Elenini han vencido a Ori. La acción vence al pensamiento.
El Odù Ogbe-Di, es el que nos habla de la lucha constante entre Elenini (el obstáculo) y Ori por alcanzar los objetivos sobre la tierra. Mediante el libre albedrío llegar a liberarnos de todas las emociones negativas que entorpecen al espíritu y lo encadenan a la dimensión terrenal, condenándolo a una constante regresión. Para que una energía determinada se transforme necesita del estímulo de otra energía que adicionada o sustraída del resultado pretendido. Para lograrlo se realizan los llamados sacrificios o èbó, donde la energía circundante de una comunidad, o de un individuo en particular, se verá alterada por la adición o sustracción de una energía inducida a su favor. Por esta razón, a Èÿù se le denomina Èÿù bara baba ebo, puesto que es el padre de los sacrificios, el que comparte o lleva los sacrificios a las diferentes deidades, tal como hemos señalado anteriormente, puesto que sin sacrificios no habrá resultados.
El sincretismo: ÈŸù-Eleggua.
Con la diáspora, sobre todo en Cuba, se inició la diatriba entre Èÿù (Echu) y Eleggua, sobre si son la misma deidad o diferentes. La mayoría de los iniciados dirán que son dos divinidades diametralmente diferentes y antagónicas, con diferentes papeles dentro del culto. Angarica (1955:18) dice textualmente: Elegguá, que es sinónimo de Eshú y éste es un espíritu malo que reacciona con los Ebbó, los Addimú, Ebboshuré, etc., la razón por la que en sus rezos se le dice: Ocolo, Ofofo, Ocolo Oñiñi, Ocolo Tonicán, Ofo Omo Omóoroggún Ollona, que quiere decir: «Eshú nos está acariciando, en una hora y cinco minutos después, nos lanza al abismo». Porque Eshú es como decir Alosi, el Diablo.
Usted puede estar muy bien de todo en un momento, hasta ser millonario, gozando de perfecta salud y todo lo relacionado con el bienestar de esta vida, y de súbito, presentársele tal o más cual cosa mala o grave en su vida o en sus momentos, que usted no puede resistir y ello lo impulsa al suicidio. ¿Y quién lo impulsa? ¡Eshú! También usted puede estar muy mal de situación económica y hasta enfermo y de pronto, recibe una fortuna o sale agraciado con el premio mayor con un pedazo de billete que le hubieren obsequiado. Todo esto, es obra de Eshú. Elegguá, lo que todos tenemos y está más cerca de nosotros, casi obra en la misma forma que Eshú, pero más ligado a Obbatalá, es más dócil, más apacible con los Addimú y demás cosas que le hacemos en nuestras casas.
Ya sabemos por el libro titulado El Lucumí al alcance de todos18, que Elegguá quiere decir: «Está en la Casa», que ELE, es derivado de Ilé y GGUA significa: estar. Pero, ¿quién está? Está Eshú, sinónimo de Elegguá pero bajo la influencia de Obbatalá, que neutraliza en parte los impulsos maléficos de Eshú. No obstante ello, hay veces que Eshú se acuerda de quien es él y en un «abrir y cerrar de ojos» penetra en la casa y todo lo destruye o lo echa a perder. Entonces, cuando se presenta este caso, los Iworos responsables exclaman: Batie-sorde a Eshú, que quiere decir: «Eshú, retírese a otra parte». Hay que hacer algo para que salga de la casa. Y ¿cuándo se da cuenta usted de que Eshú ha entrado en su casa?, cuando surgen por cualquier asunto baladí, problemas, discusiones, tragedias y muchas veces hasta casos de enfermedad.
Lidia Cabrera (1954) aporta lo siguiente sobre este asunto: Elegguá en ocasiones por su carácter, no sólo es travieso y malicioso, sino perverso y de franca maldad que asume en otras de sus muchas manifestaciones con el nombre de Eshu, a secas, se le identifica en el sentido puramente cristiano como el Diablo. Eshu es el mismo San Bartolomé (el diablo del 24 de Agosto) […] Eshu es un Eleguá dispuesto a no hacer más que daño […] pero Eshu son todos los ventiún Eleguás. Más adelante explicita: «Alábbagwanna» a quines los abórisas la identifican como el «Ánima Sola» (la de los más desesperados y turbios empeños) parió a Eleguá, a quien de chiquito le ató las manos con una cadena y se fue a vivir «como pudo» y solo se hizo grande. En cuanto a Eshu, lo parió Oyá y lo dejó abandonado en la manigua. Cuando pasaron los años y Oyá quiso reconocerlo como hijo, él se negó y le echó en cara que lo había abandonado.
Por estos motivos la gente de la diáspora cree también que Eleguá es lo que dan los Santeros y Eshu lo que entregan los Babalawos, o sacerdotes de Ifá. Pese a ello, una minoría de sacerdotes afirma que Eshu y Eleguá son la misma entidad, a pesar de que tanto unos como otros se ven incapaces de demostrar mediante el corpus textual de Ifá la veracidad de una postura u otra. Narra un pataki que Eleguá era hijo de Okuboro, rey de Añangui. Un día, siendo todavía un muchacho, andaba con su séquito por un camino y vio una luz brillante con tres ojos que estaba tirado en el suelo. Al acercarse observó que era un coco seco. Elegguá se lo llevó al palacio, le contó a sus padres o que le había visto, y tiró el obi19 (coco) detrás de una puerta. Al poco, todos se quedaron estupefactos al ver la luz que el obi desprendía. Tres días más tarde, Eleguá murió de improviso.
De modo que todos le cogieron mucho respeto al obi porque seguía brillando intensamente. Con el tiempo la gente se olvidó de él, y sobrevino en el pueblo una situación de miseria y hambruna. Desesperados, se reunieron los arubbó, que llegaron a la conclusión de que el origen de las desgracias estaba en el abandono del obi, que se encontraba vacío y comido por los bichos. Así que, los viejos acordaron poner en su lugar algo más sólido y duradero, y así fue cómo colocaron una piedra de santo, un otá, en el lugar del obi, detrás de la puerta. Éste fue el origen del nacimiento de Eleguá como Òrìsà. De ahí la expresión popular: «Ikú lobi ocha, el muerto parió al santo» (Bolívar Aróstegui y Porras Potts, 1996:65-66).
Eshu, Eleguá, Elegbara, tanto en Cuba, en Brasil, como en la propia Nigeria una deidad compleja. De Elegguá se cree que en sus veintiún caminos, o funciones, está la de guardián de la puerta, las encrucijadas y los caminos; mensajero de Olòrún y de todos los Òrìsà, y de ser otorgador de bondades. De Elegbara se dice ser dueño de los caminos y de la determinación del destino. De Eshu se piensa que es «otro» Eleguá y que es hermano o hijo de él. A Eshu se le asocia con el Diablo. Sin embargo, sus distintos caminos poseen significativas variantes sustractivas. Como bien dice Adrian de Souza: Resumiendo aspectos de Eshu en Cuba, considerado como unidad es: guardiero, bondadoso, y travieso hasta la práctica de la maldad, niño, hombre y viejo, dueño del destino y mensajero de los Òrìsà, responsable de hacer llegar los sacrificios, desvergonzado y exigente, valiente y vengativo, dador de vida y muerte, guerrero… Características muy dispares y contradictorias coincidentes con las de Nigeria y Benin, donde está íntimamente ligado a Õrúnmìlà, es decir, a Ifá. Pese a ello, la virtud de poner el orden, o el caos, en los mercados, no llegó a tierras Caribeñas, quizás debido a la condición de esclavos. Sin embargo, Èÿù no ha sido siempre el mismo.
Como representación arquetípica, se hallaba bajo la influencia del desarrollo colectivo consciente, que lo enjuicia y lo evalúa. Por tanto, el Èÿù que emigró de África adquirió nuevos significados, de acuerdo con la nueva sociedad que lo estaba recibiendo. Así, la imagen de Òrìsà, deidad embustera, mensajera, símbolo fálico o deidad castrada, se forjó en Brasil y Cuba con características propias. Sin duda, Eleguá es el dueño de los caminos. Cosmológicamente hablando, los caminos expresan las cuatro esquinas del Universo. Representan el Destino, el azar del individuo y su inseguridad en la lucha contra el medio. El tablero de Ifá, apunta Lachatañaré (2001:9-10), de forma redonda, está dividido en cuatro partes, representativas de los cuatro puntos cardinales.
Esta división es fundamental a la hora de que aparezcan las divinidades que descifran el destino de las personas, puesto que constituyen los caminos o entradas de dichas deidades hacia el oráculo. De modo que si Eleguá cierra los caminos, impedirá que se manifiesten en el instrumento adivinatorio, lo que se interpreta como el cierre de todas las posibilidades del individuo para debatirse en el azar de la vida. Por otro lado, continúa Lachatañaré, Eleguá puede dar preferencia a divinidades encolerizadas, por lo que el oráculo será catastrófico, o, simplemente, dará acceso a Ikú, la Muerte, que portará la enfermedad o accidente. Eleguá jamás actúa por impulsos generosos, sino sólo mediante sacrificios podrán mantenerse abiertos los caminos.
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